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martes, 12 de mayo de 2009

Inserte el título aquí

"Aunque parezca cuestión secundaria y de poca exigencia, el nombre de un libro determina su grado de inmortalidad. No es lo mismo una palabra loca y suelta, que una extensa frase declamatoria. Es una técnica que no se enseña en los talleres literarios."
Tito Matamala; autor de 'Hoy Recuerdo la Tarde en que le Vendí mi Alma al Diablo. Era Miércoles y Llovía Elefantes.'


¿Cuántas veces en un escaparate se ha dejado tentar por un libro sólo porque el nombre le llamó la atención, sin conocer siquiera el nombre del autor? Y luego, en casa, capaz que se haya sentido defraudado con el producto. O tal vez tuvo suerte, y aquel título que lo embrujó era una representación minimalista de la novela, un extraordinario ejercicio de concisión para meter todo el argumento y las emociones en tres o cuatro palabras. Virtudes y desgracias de esas frasecitas que van en la portada de los libros.

Los escritores no siempre aciertan en el baustismo de sus criaturas: suelen ser crípticos en exceso, o confían en que sus obras aprobarán el juicio del público y la crítica pese a la flojera de un nombre común, sin esfuerzo, a la rápida (omitiré los ejemplos). Asimismo, y como un signo de los tiempos modernos, también deben lidiar con la visión de mercado de un editor más preocupado de vender un objeto que de trascender en la literatura universal. Ahí, luego, se saca el promedio. Ya ve, es muy grande la responsabilidad de poner nombre, uno puede jugarse el futuro y hasta el pellejo.

El titular de una obra literaria se asemeja a la función del adjetivo en una oración: cuando no da vida, mata. Aunque, por cierto, esta afirmación no resiste el peso de la historia, llena de títulos insulsos que esconden textos sublimes. Anote ahí 'Seda', del Italiano Alessandro Baricco. Si nos acercamos al tema por otro camino, podemos comparar los nombres de las novelas, volúmenes de cuentos y compendios de poesía con la evolución del titular periodístico. Recordemos que el periodismo es una rama de la literatura (Borges iba más allá: literatura fantástica, decía). Entonces, pensemos en esos fríos títulos tipo rótulo que imperaban en el siglo XIX, como Madame Bovary, y comparémoslos con la enorme carga de sugestión que hallamos en uno que es el epítome del siglo XX: 'Cien años de Soledad', de García Márquez, que en un principio planificaba titular sólo 'La Casa'.

Tal como en los titulares de prensa, la inclusión de un verbo otorga acción y vitalidad, truco que enseñan a rebencazos en las escuelas de periodismo. Observe el efecto en 'Los Trenes que Van al Purgatorio', de Hernán Rivera Letelier. Pero, ¿será necesario -y legítimo- dejarse tentar por ardides sospechosamente publicitarios?¿Debe la calidad de la obra supeditarse a un chispazo de genialidad, como si vendiéramos una nueva marca de cerveza? Claro que sí, todas las formas de lucha son válidas, compañero. Y más ahora, que ya casi se extinguen los que leen y compran libros, por lo que urge afinar la capacidad de seducción.

El título de un libro es poesía pura: cuerpo, esencia y alma de su contenido. Es una ciencia tan compleja que el margen para el error es amplio, ahí donde caen todas las desafortunadas obras que no tuvieron la combinación apropiada de letras para grabarse en la memoria colectiva. Corto o largo, da igual, el título es el embrujo inicial, la etiqueta que nos atrapa o nos causa repulsa, o ambos sentimientos a la vez. ¿Con qué pie se habrá levantado de la cama Manuel Puig el día que se le ocurrió llamar a su novela la 'Maldición Eterna a Quien Lea estas Páginas'? No nos extrañe que los teóricos de la literatura se obsesionen con el estudio semiológico-estructuralista de los títulos, y se devanen el seso tratando de dilucidar si aquello es también literatura. Qué manga de ociosos, porque la respuesta cae de cajón: Es. Tanto, que debería haber una categoría de los premios Altazor para destacar el titulismo Chileno contemporáneo. ¿Cómo se vería un taller de titulación literaria, dictado por un viejo escritor con problemas de liquidez?

Acotados a nuestra realidad de país de provincia, imaginemos ese instante en el que un escritorcillo con aspiraciones de grandeza busca el golpe que podría consagrarlo como un grande. En la estrechez de su teclado barajará las opciones: si casarse con una sola palabra, tal vez un garabato que levante polémica, una talla fácil, o con la paráfrasis de una fórmula ya probada y exitosa, cien años de algo, pubis algo, veinte poemas de algo, tengo miedo de algo... Y si ha alcanzado la precisión poética y matemática que demanda un título, ahora viene el trabajo más sencillo: escribir el resto del libro.

En mi caso, si me lo preguntan, soy dado a los títulos culebreros, como si intentara salvarme desde el principio con una verborrea adormecedora. De hecho, ahora trabajo en mi nueva farsa literaria que llamo: 'El caso paradigmático de la novela de Carlos Cardoen; o los muchos mundos implicados en la confusión de la verdad y la ficción en la narrativa hispanoamericana'. Cómo les quedó el ojo.




Y bueno o_o... Ese fue artículo que tuve que leer para mi clase de introducción a la traducción XD! Y claro, lo que más recordé fue a Nazuki y su complicación por poner títulos. Creo que eso es algo que nos pasa a todos los que escribimos, incluso llega a ser complejo idear un nombre para cada capítulo. En ese aspecto es mucho más sencillo sólo ponerlos con número.
Bueno... Eso sería ;_; Sakua te extraño! Hace ya un mes que no te encuentro ;O;!!!!!!

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(Your Name) blogged on 18:07


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Soy Maya, Amo muchas cosas y detesto otras cuantas. Amo escuchar música, escribir, dibujar y hablar~ Mi banda favorita es Alice Nine y estudio Traducción Chino Mandarín-Español

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